El tren entró en la estación arrastrándose perezosamente por la espesa niebla que envolvía a la ciudad. Antes de que el convoy se hubiese detenido, Lena Rivero recogió su equipaje y abrió la portezuela del sleeping, impaciente por descender al andén. Regresaba a la ciudad después de una larga ausencia y sentía prisa por recorrerla toda, por acariciar sus piedras centenarias, por hallar en cada calle, en cada plaza, alguna huella de la familia Rivero, cuya historia quería desempolvar. Muchas veces, en aquellos años de ausencia, se había preguntado Magdalena qué había de cierto en la odiosa leyenda que su familia arrastraba como una cadena...