Quien así razona, en el teatro solemne de su conciencia, es Peter Kien, el sinólogo por boca del cual Elias Canetti, uno de los mayores escritores del malhadado siglo corto, expresó, en el cuerpo de su única novela, la misteriosa y deslumbrante Auto de fe, lo que el crítico John Bayley ha considerado «la tentativa más excepcional encaminada a imaginar la naturaleza auténtica» de la pasada centuria.
Somos algunos, no demasiados, quienes compartimos la fe de Kien en una patria de papel, construida no sobre la continuidad física del espacio y sus fronteras, sino sobre a
corriente dialéctica del tiempo, y en la que Esquilo pueda dialogar con Don DeLillo sin faltar a una lógica íntima e innegociable: la de la imaginación.